La historia de Aline Jones, una luchadora contra las incoherencias de la humanidad
- Sofia Sandoval Monroy
- 24 ene 2021
- 5 Min. de lectura

Me llamo Aline Jones, soy mujer nacida el 04 de abril de 1813 en Brookfield Massachusetts, mis padres tenían una granja y yo laboraba en ella desde los 12 años. No recuerdo con certeza mi infancia, pero hubo un momento de ella que me dejó asombrada. Estaba caminando con mamá y vi a una persona que no me parecía común, tenía ropas sucias, desgastadas y su piel era oscura. En algún momento lo recuerdo cargando cosas pesadas y de repente volteó a verme, quedé pasmada; mi mamá me tomó del brazo y mientras lo perdía de vista, me llené de tristeza.
Mi adolescencia me hizo cambiar, siempre callaba y no me atrevía a cuestionar lo que consideraba la autoridad, mis padres. Mientras la flor de la infancia se apagaba, yo me volvía más audaz y curiosa. A regañadientes de mis padres, me uní a un grupo de cuáqueros, es verdad, considero que, bajo los ojos de Dios, cada uno de nosotros tenemos un alma y somos sus hijos, pero la religión nunca fue algo de interés en mi vida, menos en la juventud, no soportaba ver cómo mi padre profesaba palabras bonitas un tanto confusas y luego callaba o maltrataba a mi madre.
Me cuestionaba que en la casa él tomaba todas las decisiones sin siquiera consultarle a mi madre. Ella no podía hablar en frente de las visitas que frecuentaban la casa y solo se dedicaba a los oficios del hogar, mientras mi padre salía de casa y se reunía con otros hombres. No me parecía coherente que él tuviera estudios universitarios y mi madre no, ese tipo de situaciones me molestaban.
A la edad de 19 años en el año 1832 me fui a Ohio a cumplir con la profesión de maestra. Estuve en la escuela durante cinco años y en 1837 conocí a Arnold Baker, un hombre que estudiaba en La Universidad de Cincinnati. Su familia acomodada del Sur, tenía tierras y esclavos. Nos conocimos de casualidad y así mismo los dos leíamos “la lista negra” una serie de reportajes de William Lloyd, periodista y fundador de la Sociedad Antiesclavista Estadounidense. Él se atrevía a narrar las atrocidades que sufría la gente de color.
Arnold, luego de escuchar a Lloyd en la Universidad, decidió unirse al movimiento antiesclavista, lo cual hizo que nuestra amistad se volviera más fuerte. Con el tiempo nos enamoramos y nos convertimos en una pareja partidaria del abolicionismo. Solía decir que la esclavitud entorpecía el progreso de Norte América, en ese momento entendí que su lucha no solo era por el bien de las personas de color.
Me casé con Arnold el 05 de mayo de 1842 a la edad de 29 años, un poco tarde, pero tenía cuestiones pendientes en Massachusetts.
Durante 1845 y 1850 viví en Filadelfia con mi esposo, quien se unió a la Sociedad Antiesclavista Estadounidense, estaba codo a codo con William Lloyd Garrison. Yo tenía toda la intención de pertenecer a la Sociedad, pero la mayoría de los pertenecientes no apoyaban la iniciativa de Lloyd de hacer partícipes a las mujeres. Lloyd se molestaba cada vez que surgía el tema y tiene razón al molestarse por tal hipocresía, proclaman la igualdad entre hombres de color y hombres blancos, pero a las mujeres las miran por encima del hombro. Me fastidia esa incoherencia.
La admiración que sentía hacia Lloyd iba más allá. Él abogaba por nosotras, las mujeres y reconocía la marginalidad en la que vivimos. Arnold siempre estuvo acompañándome y fue un buen esposo, pero yo comenzaba a sentirme una esclava, esclava de la sociedad. Contaba con lo que llamaría privilegios, si lo comparo con la situación de mi madre. A diferencia de ella, podía hablar y cuando el señor Lloyd nos visitaba, manteníamos una conversación amena entre los tres; Arnold siempre me tenía en cuenta y hasta me pedía consejos con respecto a la Sociedad, pero aun así me seguía sintiendo encadenada.
Pude participar cuando mi desempeño se vio reflejado el día que logré entrar a la Sociedad, gracias a la recomendación constante de mi marido y el señor Lloyd, sin embargo, no participaba activamente en las reuniones, mi trabajo se limitaba a recaudar fondos y organizar los comités.
En un comité conocimos a William Still, trabajaba en la oficina de la Liga contra la Esclavitud de Pennsylvania, era un hombre inteligente, audaz y negro. Mi esposo y yo lo admirábamos debido a que William era parte del Ferrocarril Subterráneo y su iniciativa, nos impulsó a ayudar con la causa de una forma más activa. Mi esposo frecuentaba la Liga y me contó que una vez, un hombre de color llegó en una caja; aguantó 23 horas dentro de ese espacio estrecho, solo para alcanzar su libertad, lo apodaron Henry “Box” Brown, me sorprendió la valentía del hombre. Siempre que escuchaba lo que mi marido presenciaba, me sentía decepcionada de no poder participar ni en la sociedad ni en la liga, por ser mujer.
El Ferrocarril subterráneo hacía alusión a una serie de vías para sacar los esclavos del Sur y enviarlos a los estados del Norte, donde obtenían su libertad. Las vías eran casas de personas voluntarias, denominadas estaciones; allí albergaban a las personas de color para descansar mientras se aseguraba la siguiente estación. Arnold y yo admiramos tal idea tan ingeniosa y bondadosa.
En los años 1850 el Congreso aprobó la ley de esclavos fugitivos, donde todos los estados debían devolver los esclavos fugitivos a los esclavistas o ellos podían buscarlos. A los dos años de aprobada la Ley, Arnold y yo compramos una casa en Chippewa, Wisconsin. Allí tomamos la decisión de ser parte del Ferrocarril Subterráneo, teniendo en cuenta la cercanía que teníamos con Ontario en Canadá. El riesgo era demasiado, recuerdo que había rumores de cazadores de esclavos en las fronteras.
En Canadá la esclavitud es ilegal desde 1833. Recibimos personas desde Texas, Virginia, Alabama, Misisipi entre otros estados, he conocido personas de color que dejaron a sus familias, que agonía.
Los esclavos tenían que pasar por la línea Mason-Dixon: la frontera entre estados esclavistas y estados abolicionistas, Maryland y Pensilvania. Los pasajeros que frecuentaban mi casa, me contaban historias de Harriet Tubman “la Moisés de los esclavos”. Por lo que he escuchado, ella es un digno ejemplo de la fortaleza femenina, más en estas condiciones denigrantes. Una mujer negra, libre, que se escapó de la opresión de un terrateniente sureño y ahora va al sur para liberar esclavos, realmente la admiro.
Paralelamente en 1850 asistí a la Convención Nacional de los Derechos de la Mujer en Worcester, Massachusetts, mis intereses estaban respaldados por la idea de igualdad que aprendí de Dios y no sólo defendía a las personas de color, también a las mujeres. Cuando la Abolición era un hecho, yo frecuentaba congresos sobre la libertad de la mujer y fui socia de la Asociación Americana pro Sufragio de la Mujer en 1869.
Arnold y yo fuimos ferrocarril subterráneo por 9 años, hasta 1861 cuando Abraham Lincoln ganó las elecciones. Durante la guerra, Arnold y yo nos separamos, él fue combatiente y yo ayudaba a atender los enfermos, dejamos la Sociedad y la Liga. Arnold murió en batalla y yo presencié la abolición de la esclavitud en 1865 a la edad de 52 años.
Enfermé muy joven a los 56 años y ahora estoy en la cama de la antigua casa ferrocarril, no tengo hijos y solo me queda la impotencia de no poder luchar por mi libertad como mujer.
Personaje ficticio, la foto no hace alusión al personaje, sacada de: https://www.google.com.co/search?q=mujer+del+siglo+XIX+usa&rlz=1C1EJFA_enCO773CO773&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwi8qLrMu5_aAhVhzlkKHbJcD4QQ_AUICigB&biw=700&bih=774#imgrc=bJi1gL_XVh4x0M
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